Carta de los Expulsados Alemanes de 1950

Conscientes de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres, conscientes de su pertenencia a la comunidad cristiana occidental, conscientes de su origen alemán y conscientes de la tarea común de todas las naciones de Europa, los representantes electos de millones de expulsados, tras una cuidadosa deliberación y tras haber hecho un examen de conciencia, han resuelto hacer pública una declaración tan solemne al pueblo alemán y al mundo entero, en la que se definen tanto los deberes como los derechos que los expulsados alemanes consideran su ley fundamental y una condición previa indispensable para el establecimiento de una Europa libre y unida.

  1. Nosotros, los expulsados, renunciamos a todo pensamiento de venganza y represalia. Nuestra re-solución es solemne y sagrada en memoria de los infinitos sufrimientos infligidos a la humanidad, especialmente durante la última década.
  2. Apoyaremos con todas nuestras fuerzas todo esfuerzo encaminado al establecimiento de una Europa unida en la que las naciones puedan vivir libres de temor y coacción.
  3. Contribuiremos, mediante un trabajo duro e incansable, a la reconstrucción de Alemania y de Europa.

Hemos perdido nuestra patria. Los sin patria son extranjeros sobre la faz de la tierra. Dios mismo colocó a los hombres en su tierra natal. Separar al hombre por la fuerza de su tierra natal significa matarlo en su mente.

Hemos sufrido y experimentado este destino. Por ello, nos sentimos llamados a exigir que el derecho a nuestra tierra natal sea reconocido y realizado como uno de los derechos básicos del hombre, concedido a éste por Dios.

Sin embargo, mientras este derecho no se haya materializado para nosotros, no queremos quedarnos al margen bajo la inactividad impuesta, sino que queremos esforzarnos y trabajar con todos los miembros de nuestra nación en formas nuevas y purificadas de cooperación fraternal y con-siderada.

Por eso reclamamos y exigimos, hoy como ayer:

  1. Igualdad de derechos como ciudadanos, no sólo ante la ley, sino también en la vida cotidiana;
  2. Una distribución justa y razonable de las cargas de la última guerra entre el pueblo alemán cansado y una aplicación honesta de este principio;
  3. Integración razonable de todos los grupos profesionales de expulsados en la vida del pueblo alemán;
  4. Incorporación de los expulsados alemanes a la labor de reconstrucción de Europa.

Las naciones del mundo deben tomar conciencia de su corresponsabilidad en la suerte de los expulsados que más han sufrido las penurias de nuestro tiempo.

Las naciones deben actuar de acuerdo con sus deberes y su conciencia de cristianos.

Las naciones deben darse cuenta de que la suerte de los expulsados alemanes, al igual que la de todos los refugiados, es un problema mundial cuya solución exige la más alta responsabilidad moral y el compromiso de un enorme esfuerzo.

Por lo tanto, hacemos un llamamiento a todas las naciones y hombres de buena voluntad para que se unan en el esfuerzo mutuo de encontrar una salida a la culpa, la desgracia, el sufrimiento, la pobreza y la miseria que nos conduzca a todos a un futuro mejor.

Stuttgart, Alemania, 5 de agosto de 1950